Cada año llega diciembre. Obvio. Pero pase el COVID-19, la DANA… no nos libramos.
Preparados para afrontar un mes sinónimo de alegría, encuentros familiares, regalos… y luces. Y ahí estamos otra vez, a vueltas con la iluminación. De este debate, polémica, ganas de enredar o clásico navideño no escapamos ni en pandemia.
Qué si las luces son “feas”, que si son pocas, que porqué las ponen…
Este fin de semana le han dado al botón rojo en muchas localidades, Alicante entre ellas. Desde el pasado fin de semana por la noche una enorme bola ilumina la Explanada alicantina. Otras tantas bombillas hacen lo mismo en distintas calles de la ciudad, no en todas, pero sí en muchas, sobre todo las que viven un importante pulso comercial. Nosotros en breve. Casi con cada luz que se enciende aparece una reacción. Qué bonitas. Qué despilfarro. Qué ilusión. Qué insulto. Habiendo tanta gente que no tiene ni para el alquiler. Qué mágico parece todo. ¿Saben que hasta hay cuentas en redes sociales dedicadas exclusivamente a alumbrados navideños? Y a criticarlos, también. Por supuesto. ¡Me he quedado😮!
No sé si es posible pasar de largo sobre esta cuestión. Creo que es de esos debates en los que obligatoriamente uno debe posicionarse. Como con la tortilla de patatas, con o sin cebolla jeje. Yo doy un paso adelante. Me gusta la iluminación en Navidad. Toda.
Las luces navideñas es turismo, unión, magia, amistad, felicidad… ¿Sigo?
Orihuela, tiene un potencial MAGNÍFICO. Aprovecho para hacer hincapié en el tema REVITALIZAR. Pero para hacer eso no basta con solicitar ayudas o poner un bus lanzadera, o facilitar aparcamientos… El problema no es de falta de personas, el problema es que esas personas cuando van al centro pasean por sus calles decoradas con adornos navideños, pero no consumen en él porque no encuentran valor diferencial.
Conozco perfectamente los argumentos que echan por tierra posturas como la mía. Se gasta una pasta en factura eléctrica y este año, al precio que está la luz, ni les cuento. Ese dinero podría ir perfectamente a causas sociales. Pero cuando llega el frío, el gorro, los guantes, el chocolate con churros y los paseos sin rumbo, apetece ver la ciudad iluminada y la ilusión dibujada en las caras que te cruzas. Esas cabezas mirando hacia arriba. Esos ojos brillantes fijándose en los detalles. Esos niños saltando debajo de ellas. Lo demás pasa a un segundo plano.
Será fruto del capitalismo, del consumismo extremo, del egoísmo del primer mundo pero, sinceramente, no lo puedo evitar. Me encanta ver mi ciudad y mi pueblo repletos de luces de colores, con sus estrellas, sus cables, sus cuerdas, sus árbol decorado en la Glorieta… Abro otro melón. El belén. ¿Uno puede ser ateo pero gustarle poner el pesebre en casa porque simplemente le recuerda a infancia, le huele a sopa de mamá y le suena a risas de los abuelos?.
Vuelvo a mojarme. Sí.














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