Opinión

INTEMPERIE de José Luis Zerón

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Tuve la oportunidad de asistir en Orihuela, a la presentación del Poemario Intemperie de José Luis Zerón Huguet, a mediados de este año 2021. Escuché la exposición minuciosa de Jesús Serna Quijada y sentí que debía intentar, desde mi conocimiento poético limitado, escudriñar esta obra, para entender a este autor, perseverante en domar las palabras, llevarlas a su terreno y para colmo, divulgarlas dentro y fuera de España. Cuando esta especie de domador, tiene tantos libros publicados, y además dedica tiempo a promover el talento en los miedosos o menos arriesgados y a hacer conocida la producción literaria de otros triunfadores, es porque tiene definida su misión.

Intemperie se muestra como una obra que rescata poesía del pasado juvenil de Zerón, ya publicada bajo el nombre Solumbre, sometida de nuevo a la tortura del perfeccionismo, acompañada de piezas inéditas y otras, de reciente confección, que responden a una evolución que él mismo reconoce. No es un “refrito”, para usar términos periodísticos, ni un maquillaje para adecuarla a las tendencias modernas, sino una confesión íntima de lo que siente hoy, mientras lanza un anzuelo al pasado. Eso aclaró su autor.

He manoseado el libro, aún no lo he penetrado, quizás por miedo a una simbiosis, que me hará claudicar y ya no seré yo. Lo haré en los párrafos siguientes, inevitablemente. ¡ Esto va por partes !

El título Intemperie hace pensar en Indefensión, ya sea frente a la Naturaleza física, con mayúscula, o la naturaleza humana, con minúscula. Se intuye el desamparo ante las inclemencias o las decepciones, quizás ambas. Sugiere ausencia de techo y cobijo, de escudos y confort. No he leído aún una sola de sus líneas, pero ese título me prepara emocionalmente a lo que hallaré, sin detenerme en los cánones poéticos clásicos y estandarizados, aprendidos en la Secundaria, olvidados hace tiempo. Quiero entender qué desea transmitirnos este poeta cercano, que gusta poco de micrófonos, luces y tarimas, pero comparte a diario un café, en una plaza de Orihuela, frente a una fraternal librería.

Dos partes muy diferenciadas constituyen el libro, que, sin embargo, no desvelan la distancia temporal entre ellas y guardan un equilibrio cuantitativo en el número de páginas de cada una. ¿ Qué importancia tiene eso ? El autor arrastra su creación pretérita, recopila hojas de producción subsiguiente, ambas las pasa por el tamiz de su nueva óptica y les suma la cosecha reciente, respetando el papel de cada una, en su momento. A vuelo de pájaro, sin portadas, ni portadillas, la primera parte, Solumbre tiene 74 páginas en 50 piezas, la mayoría identificadas con números romanos y la segunda, El Vértigo y la Serenidad, 78 páginas en 32 piezas, más extensas que las de la primera sección. Para que un poeta haya decidido esa equidad entre sus criaturas pasadas y presentes es necesario reconocer su sufrimiento paternal al descartar unas líneas y mantener otras, deshojando margaritas, tú si, tú no, en busca de un equilibrio…, muy duro cuando se es prolifero en versos, como lo es Zerón Huguet. Por supuesto, no escribía con 19 o 20 años, como lo hace en estos años cincuentones.

Los títulos de las 82 piezas tienen absoluta intencionalidad, en congruencia con el contenido de cada una y ello también tiene importancia, pues no es algo obvio. Zerón Huguet logra direccionar la mirada del lector hacia las líneas que introduce un título y fijarlo en la memoria de éste, con una frase corta o una palabra, cual escudo contra el olvido. Titular una poesía no es fácil y si se trata de un conjunto, como ocurre con “Lugares” (Ver pág. 27 a la 62), es más complicado. No hay títulos irreverentes, ni absurdos. Todo cuadra.

¿Puede un muchacho de 19 años, 20 o 22 no ser joven? Como poeta, José Luis, no lo era. La poesía de Solumbre, publicada cuando tenía 26, evidencia un alma antigua, más allá de suponerlo un lector frenético o un chico con habilidades para escribir. Una invitación a recorrer esos poemas juveniles, sin importar la presunta cirugía plástica a la que fueron sometidos dos décadas después, demuestra que el concepto de existencia le preocupó, desde que empleó con conciencia el oído, el tacto y la vista, sobre todo. Solumbre es sensorial, aunque parezca cerebral.

Se descubre el juego permanente de la dicotomía en este autor, que enuncia ya en el título y la mantiene en esas 50 piezas: Sol / Luz y Sombra, Temblor y Sosiego, Agua y Fuego, Si y No (pág. 33), Triunfo y Derrota, Vida y Muerte (pág.52), Noche y Luz, entre otras. Usa ese antagonismo para explicar la vida que observa, en particular su imagen de la Naturaleza. Cabe advertir que no son descripciones, más bien, usa la descripción física como catapulta para llegar a lo existencial. Este amigo nunca fue joven…o saltó de la infancia, a la adultez del pensamiento maduro.

Menciones frecuentes (págs. 39, 40, 59, 67) a seres vivientes, animales de todo género, árboles, flores, maleza, huertos, hierbas, bosques y elementos como lluvias, sequías, tormentas, ríos, fango, se observan de principio a fin, proyectando el comportamiento de la Naturaleza al comportamiento del ser humano. “El instante en que la noche rompe la placenta” (pág. 59).

No es una posición ecologista, pese a la admiración y embeleso que expresa hacia ese mundo animal, vegetal, mineral y etéreo; es su instrumento para explicar el transcurrir del tiempo en nuestras vidas, la existencia de fenómenos que no podemos controlar y la insignificancia de nuestra soberbia. “No es posible con nuestros dedos, restaurar la telaraña” (pág. 45).

“La serpiente se enrosca temerosa del fuego” (pág.53) es un ejemplo de la obsesión de Zerón Huguet por el fuego, elemento que usa a diestra y siniestra, en compañía de la ceniza y el rojo, en todas sus combinaciones (págs.42, 53). ¡Incluso se atreve a hablar de fuego verde !

Ya lo advierte en la introducción (pág.18) :“Este fuego regenerador, que ahoga todos los fuegos destructores”. Solumbre es un escenario dedicado al fuego y vale la pena observar las diferentes aplicaciones que hace de ese elemento natural, a favor de su poesía, al punto que deja de ser natural. No se requiere lupa para detectarlo; está a simple vista.

La segunda parte, con piezas de recopilación y otras más recientes, El Vértigo y la Serenidad, es otro cantar, por lo menos, en las cinco primeras poesías (págs. 97-114), pues aunque retoma las referencias a animales, al fuego y la ceniza -sus dos constantes- y menciona al mar (pág.103), parece que Zerón Huguet desea tranquilizar al enigma, para hacerse más entendible y así suelta las líneas con descripciones sencillas (págs. 101-104) en su contemplación de la naturaleza, mientras pasea.

Sigue el paseo, hablando consigo mismo, en versos largos de conversación e incorpora dos elementos, sin disfraz y sin rebusques, la memoria y la muerte (págs.115, 118), en lo que parece una reconciliación con sus recuerdos (pág.119).

“He vuelto para ser el otro,
el que fui y existe todavía.
He vuelto para reconquistar el origen”.

Puede ser que este recorrido, página por página, ha contribuido a entender más su obra; puede ser que Zerón Huguet se cansó, con los años, de retorcer y exprimir las palabras o quizás, la narrativa envenenó su poesía cuarentona y cincuentona, porque parece que en su evolución poética decidió ofrecernos, sin querer queriendo, una expresión menos cerebral. Parece que deshojar aquella margarita de Solumbre, dos décadas después, le costó mucho trabajo.

Así revela su nostalgia por lugares y añoranza de hogar y afectos familiares, en contraposición al rechazo hacia ambientes citadinos, con calificativos como “fuegos fatuos”, “fosforescencia inaccesible”, “opaca claridad” (pág.131) o frases como “cuando tus huellas son las cicatrices del tránsito” en el bello poema “Deriva” (pág.132), dónde la palabra “intemperie´”, título del libro, es una rareza.

Esa percepción de poesía más digerible es pasajera, a medida que va penetrando en el conflicto existencial de su propia vida o la que observa a su alrededor, reflejado en preguntas, dudas, reproches y luchas que debió asumir, frenadas por el mismo, a la espera del adecuado momento (pág.144), que expresa incluso con dramatismo (pág. 145). “…y los que declinamos dormir con miedo, con dolor, en vano te invocamos, cuando hay que hacer balance de muertos”. “Me pregunto si mi resistencia pasiva,..no será una inocente forma de complicidad” (pág.146). Hay un perdón o perdones, que no se concede a sí mismo.

En ese reconocimiento de trayectoria vivida, “Soy hombre de vigilia, no de acatamiento…”(pág.143), estremecen unas líneas referidas a las grietas de su propio corazón, invocando amor (pág. 144).

“Alguien podría entrar en este corazón
y mirar
y escuchar
y entregarse a sus guaridas sin lumbre.
Tal vez alguien podría sembrar en sus grietas”.

Dejando atrás, sobre la vida misma, ese mirarse en el espejo para preguntas sin respuestas, José Luis Zerón manifiesta en las páginas siguientes y últimas de su poemario una “Intemperie” que no existe en los sentimientos que honran estos versos: protección, halagos, admiración. compasión, defensa, rescate, compañía, entre otros. Aquella memoria a largo plazo, aquella de los versos mencionados al principio, la que es como fue, ahí la deja, para plantearse la de corto plazo, la que rozó ayer el presente y está fresca y oportuna, bajo el título “De Profundis Amamus” (págs. 153-175).

¿ Por qué celebro las pérdidas ?
¿ Por qué miro hacia atrás
y sumerjo los ojos
en la devastación
cuando aquí, ahora, está todo lo que sé de mi ? (pág. 160)

En honor a la justicia, José Luis Zerón Huguet también escribe en esas páginas poesía balsámica, apta para conmover a cualquier lector.

“Ha pasado un año desde que la muerte te indultó
consciente de que tú siempre ibas
un paso por delante de ella” (pág.174).

Esa versatilidad del autor, al crear de una manera y otra, mostrarnos su vida y su entorno con palabras conocidas y visuales, y algunas no tan transparentes, hace de la “Intemperie” algo cercano, que se siente, pero no sabemos definir. Para él, obviamente, no fue fácil, pero lo logra en sus versos.

Miriam Sánchez Perdomo.
Escritora

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